De nuevo después de treinta meses me encuentro en este mismo lugar. Creo que acabo de entrar en un bucle artístico. Yo he estado aquí antes.
Mi vista bastante más cansada sobre el mismo papel blanco y con la misma intención, mi mano blandiendo la misma pluma Parker, la banda sonora la misma; el otro Parker. La misma postura para un mismo duelo. Nado desnudo en una ría azul escoltada de una tramoya de montañas también azules y de una fina arena blanca in undado de recuerdos tautológicos, de obsesiones acuarelables. Hoy el día huele a paramnesia y a caloca, a eucaliptos rosados y a mar. Huele a encargo para ayer.
Hace treinta meses hablaba aquí mismo del viaje, sobretodo del viaje vertical. Hoy es el viaje horizontal el que puebla estas líneas y estas paredes. El iniciático viaje en tren y dentro de sus tripas veloces, la larga y casi muda película que siempre proyectan sobre los anchos ventanales de los vagones. Hay creadores que se limitan a describir lo que ven a través del vidrio de la ventana, otros, los que a mi más me interesan hablan además del reflejo que se proyecta sobre le propio cristal, depositando sobre las obras una pátina de autorretrato, de viaje vertical, de introspección.
Las ventanas no tienen como las puertas seres liminares que las protejan, pero también nos conectan con otras posibilidades, con otros universos, con otras opiniones. Las ventanas por las que vemos pasar la vida son siempre las mismas, lo que cambia son los paisajes, los escenarios y las personas también pasan. Los vanos primordiales son las ventanas
de nuestra calavera, la proyección va por fuera como en el cine, pero se mezcla indefectiblemente con lo personal en el crisol de nuestro cráneo. Después el taller, el laboratorio, el escenario, el momento de la creación, de la plasmación, de la deposición, y quizás la exposición.
Los tragaluces y los escupeluces no solo son chinos y no sólo habitan las buhardillas de los acuarelistas, a veces se adueñan de los sótanos de los pájaros secretos, incluso algunos días vacacionan en galerías de arte, donde con su luz barnizan las paredes y suavizan la cotidianidad. Y aquí estamos de nuevo después de casi mil días de no reposo, en el mismo lugar donde nos vimos junto al vino, la luz, los colores y la energía de los amigos, en la galería de arte con nombre de calle, de arteria. Y pobre la galería o el museo que no sea calle, o vena por donde circula en tren o en camello la sangre, la savia de la creación profunda del hombre intermitentemente luminoso.
Hace treinta meses decía que las obras de aquella exposición de Alfonso eran paisajes vividos por él, que no eran rincones oníricos o inventados.
Hoy esto no es así, en estas cajas aparece ese cambio. Las referencias no vienen por los raíles de realidades copiadas sino desde el recuerdo, desde la evocación del viaje realizado junto a los pájaros de los sótanos en tren, bordeando la ria del Ason por el pasillo del Regatón. Porque como dice la canción “van a poner ferrocarril en Laredo”. Lo demás un bello déjà vu que
incita a comprar una caja con que iluminar la parte gris de nuestras casas.